Perseverancia

RAE Firmeza y constancia en la manera de ser o de
obrar. Dedicación aplicada a la realización de algo

A los veintiocho minutos con veintiún segundos del primer tiempo tomó carrera desde afuera del área que da al Riachuelo, corrió y tiró el penal afuera. Le entró tan mal a la pelota que el zurdazo salió bastante lejos del palo izquierdo. El grito de la multitud se ahogó al mismo tiempo que el remate reventaba un cartel de publicidad. Quedaba claro que la noche venía complicada en serio.

Su primer gesto fue agarrarse la cabeza y taparse la cara con las manos. Pero lejos de desanimarse, inmediatamente salió en busca de esa pelota, la trajo de vuelta y la puso en el piso dejándola lista para que el Tigre Muñoz haga el saque de arco. Ahora iban veintiocho minutos con veintinueve segundos y Boca había dejado pasar una gran chance para empatar el partido. Seguía perdiendo uno a cero.

Mientras Palermo volvía trotando apesadumbrado hacia la mitad de cancha, el arquero de Colo Colo sacó un pelotazo largo y alto. El equipo de Ischia había quedado muy mal parado y tras un par de rebotes quedaron cuatro atacantes de Colo Colo contra cuatro defensores de Boca. Todos mano a mano. Salió al cruce el paraguayo Julio César Cáceres, cortó y recuperó la pelota. Tocó enseguida para Jesús Dátolo. Iban veintiocho minutos con cincuenta y nueve segundos. Dátolo dominó y alargó para Palacio por la banda izquierda del ataque xeneize, contra los palcos.

Rodrigo intentó desbordar pero no pudo. Fue, vino, se cayó y volvió a tocar para atrás con el Tano Gracián que venía de frente. El reloj marcaba ahora veintinueve minutos con doce segundos. Momento en que todavía me encontraba pegándole puñetazos al metal de la baranda de la platea alta, sector F, fila cuatro. A veces el tiempo parece que pasa lento y a veces parece que pasa rápido. Esa noche del 27 de marzo de 2008 el partido no daba respiro. En seis minutos Boca había sufrido una expulsión, un gol en su arco y un penal desperdiciado. Era mucho. Sobre todo en un grupo de Copa Libertadores que se había apretado tras la derrota en Santiago de Chile siete días atrás.

Gracián recibió de Palacio y obviamente hizo lo que había que hacer. Tiró el ollazo al área de los chilenos. Dátolo peinó el centro, la pelota se elevó y Palermo, que había entrado como una tromba, se terminó pasando. Tan pasado que tuvo girar y quedar de espaldas al arco mientras esperaba que esa pelota bajé del cielo. Tiempo que tal vez le sirvió para tomar una decisión. Le calculó la caída e intentó el único recurso posible. Una media vuelta de aire tipo tijera. Difícílisimo. De hecho, la agarró mordida. Iban veintinueve minutos con quince segundos. El tiro débil, de pique al piso, obligó a la volada de Muñoz para atajar. Y acá se produce un evento casi de características sobrenaturales. Había un defensor de Colo Colo listo para reventar esa pelota a la estratósfera cuando Martín se lanza desde lejos en palomita, ganando la posición y conectando de cabeza el rebote que dio el arquero. La pelota ingresa al arco picando exactamente en el minuto veintinueve con diecisiete segundos del primer tiempo. O sea, apenas cincuenta y seis segundos después de errar el penal.

Tantos números y minutos pueden marear pero lo importante es el concepto. Palermo nos tenía acostumbrado a esas hazañas. De hecho, un año antes también por Copa Libertadores hizo algo bastante parecido. Boca perdía uno a cero con Libertad en la Bombonera y a Martín le anularon injustamente el gol del empate a los cuarenta y cuatro del segundo tiempo. Como el partido ya terminaba, no perdió tiempo protestándole al árbitro o al línea. Fue y clavó el empate a los cuarenta y cinco. Eso era Palermo. Por supuesto sus medallas más doradas y rutilantes serán siempre los goles al Real Madrid o cada uno de los récords que pulverizó. Pero Martín, aunque parezca mentira, era incluso mucho más que eso. Era un canto a la perseverancia. A nunca bajar los brazos. Una forma de ser que nos llena de orgullo porque fue, es y será una de las banderas de Boca Juniors.

Ese nunca bajar los brazos de Palermo sin dudas marcó el camino aquella noche tan complicada contra Colo Colo. Y su gol, cincuenta y seis segundos después de errar un penal, explica mucho el triunfo final cuatro a tres.

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