Entusiasmo

RAE Exaltación y fogosidad del ánimo. Adhesión fervorosa
que mueve a favorecer una causa o empeño.

Según cuenta Claudio Edgar Benetti de su propia boca, se despertó el lunes 21 de diciembre de 1992 en una cama del hospital Durand vomitando y sin recordar lo que había pasado la noche anterior. Solamente tenía algunos flashes de momentos puntuales pero había perdido noción de lo sucedido luego de un pelotazo furioso de Oscar Román Acosta que pegó en su cabeza a siete minutos del final. Hubo un doctor que mencionó algo sobre una leve conmoción cerebral y ahí fue que Benetti le contó que había hecho un gol, su estreno en las redes jugando en primera división, pero por ejemplo no tenía presente los momentos vividos tras el pitazo final de Pancho Lamolina. Silbatazo que lo tuvo al juvenil nacido en Córdoba como principal objetivo de la multitud que se lanzó al campo de juego a cumplir el rito habitual por aquellos años: desvestir a los jugadores y subirlos en andas para que puedan ser homenajeados como verdaderos héroes. Situación que con Benetti se cumplió al pie de la letra hasta que su estado de shock lo obligó a irse a los vestuarios y abandonar la Bombonera rumbo al hospital.

Si hablamos de verdaderos héroes que iban en andas aquella mítica noche hay que mencionar a caudillos de la talla de Blas Armando Giunta, Beto Márcico, Cabañas y compañía. Pero a la par de ellos iba Benetti con apenas veintiún años viviendo seguramente un sueño. El sueño que cualquier joven de su edad hubiera querido vivir. Marcar el gol del campeonato y festejarlo trepando hasta lo más alto del alambrado de Casa Amarilla. A puro entusiasmo. El mismo entusiasmo que mostró cuando agarró aquella pelota boyando en tres cuartos de cancha y encaró decidido al área a escribir la historia. Su historia.

Todavía quedaban cuarenta y tres minutos por jugar cuando su disparo cruzado hizo estremecer el arco de Guillén y al mismo tiempo millones de corazones a lo largo y ancho de un país entero. Alguien podrá decir que era tiempo de sobra para que Boca marcara un gol pero lo cierto es que fue él y no otro quien se hizo cargo de aquel momento tan caliente. El momento de empatar un partido decisivo antes de que el paso de los minutos empezaran a cortar la respiración y hacer cada vez más pesada la pelota.

Tras ser dado de alta en el Durand recibió por aquellas horas los honores de un verdadero ciudadano ilustre. Camino al programa de Mirtha Legrand como invitado especial le empezó a caer la ficha de lo que había pasado y no daba a basto a cada foto, autógrafo y abrazo solicitado. Su trayectoria en Boca a esa altura parecía incipiente pero no era tan así. De hecho era bastante extenso el derrotero en divisiones inferiores desde aquella mañana que fue a probarse de delantero a La Candela y Ernesto Grillo le dio la pechera cinco obligándolo a jugar de mediocampista central. Ingresó en sexta división y desde allí en adelante no paró hasta salir campeón con la reserva. Benetti fue cocinando a fuego lento un sueño que pudo hacer realidad en el momento indicado. El 20 de diciembre de 1992.

Luego de aquel partido consagratario contra San Martín de Tucumán obviamente fue titular inamovible durante el verano de 1993. Noches marplatenses repletas de emoción xeneize y nervios rivales. Daba la sensación que la vuelta olímpica de Boca un mes antes había alterado ciertos ánimos. Si no es inexplicable por ejemplo la actitud del Independiente de Marchetta al abandonar el campo de juego faltando diez minutos ante un penal sancionado por Castrilli. Partido que dicho sea de paso, Benetti jugó muy bien formando doble cinco con Giunta. 

Sin embargo a medida que empezó a correr el año, puntualmente tras el alejamiento del Maestro Tabárez en abril, tuvo cada vez menos rodaje. Perdió terreno con Habegger y el escenario empeoró aún más con la llegada de Menotti en 1994, al punto de tener que buscarse otro destino e irse a préstamo a Belgrano de Córdoba por seis meses. Club en el que una noche con la camiseta diez en la espalda enfrentó a Boca en el Chateau Carreras y batió a Navarro Montoya para poner el uno a cero final. Una conquista que festejó saltando los carteles de publicidad y volviendo rápido a mitad de cancha para buscar con la mirada al entrenador que lo había obligado a irse del club. Como exigiendo una explicación que obviamente nunca iba a llegar.

Como tampoco habría explicación para lo sucedido la tarde del regreso el 7 de agosto de 1994 en cancha de Lanús. Tras aquel semestre en el exilio Benettí salía al campo de juego con la camiseta de Boca pero llamativamente con el dorsal cuatro en la espalda. Listo para hacer las veces de marcador de punta, puesto que desde ya le era muy ajeno. Una decisión bastante caprichosa por parte del entrenador que los mal pensados como quien escribe pensaron que era hecho a propósito para exponerlo y cobrarse aquella mirada furiosa en el Chateau Carreras dos meses antes. Lo cierto es que Benetti hizo lo que pudo esa tarde contra Lanús y le costó horrores lidiar con el Chupa López, Tapita García, el Tero Di Carlo o Villalonga. La pasó mal, es cierto, pero si algo mostró fue su entusiasmo por defender la camiseta azul y oro, ya no Adidas sino Olan. Seguramente por eso bajó una interminable ovación para él desde la tribuna boquense. Por defender los colores con el mismo entusiasmo de aquella tarde eterna contra San Martín de Tucumán.

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